La personalidad política de Alejandro Lerroux ha tenido un tratamiento notable en la historiografía española. Para su etapa barcelonesa a primeros del siglo xx disponemos de dos destacadas monografías, las de Romero Maura y Joan Culla. Para toda su primera experiencia política contamos con la excelente biografía de Álvarez Junco. Para la historia del Partido Radical debe verse el pionero trabajo de Ruiz Manjón, y para el análisis del Partido Radical en el poder a lo largo del segundo bienio republicano tenemos la no menos importante monografía de Nigel Townson. Roberto Villa, un joven investigador que ha trabajado con brillantez la experiencia electoral de la II República, nos ofrece ahora una biografía completa de la vida política del Sr. Lerroux, de D. Ale y de D. Alejandro a lo largo del primer tercio del siglo xx.

El mayor interés de esta relativamente breve biografía radica en el análisis de la segunda parte de la vida política del dirigente radical. Desde el fin de la Primera Guerra Mundial se produce la evolución del viejo político demagogo y populista hacia posiciones de centro y centro-derecha que harán de él un personaje clave en la vida de la II República.

Alejandro Lerroux entendió la necesidad de ensanchar los apoyos sociales a la democracia establecida en 1931. El sistema político liberal construido por el régimen de la Restauración terminó fracasando en su posible evolución hacia un sistema liberal-democrático. Lerroux tomó buena nota de ese fracaso y puso su acción política en los años treinta al servicio de un ensanchamiento de la base social del régimen republicano. Socializado políticamente en la lógica de la Restauración, procuró la generación de un sistema de partidos en que los socialistas y su Partido Radical pudieran desempeñar el papel de liberales y conservadores en el esquema diseñado por Cánovas del Castillo. Cuando este modelo fracasó, su interés se orientó a la construcción de un centro político que pudiera llevar a amplios sectores de la derecha intramuros de la República. Este sería el objetivo político del Partido Radical en la II República. Un objetivo al fin fracasado por la incapacidad de llegar a acuerdos políticos con otros sectores centristas de la vida republicana (Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura en particular) y por la semilealtad, en la caracterización de Juan Linz, a la República en la que se ubicó la CEDA de Gil Robles.

Alejandro Lerroux aplicó en su acción de gobierno en los años treinta los expedientes políticos propios de una tradición liberal: búsqueda del consenso, patriotismo, defensa del orden y la propiedad e incluso recuperación de parte del personal político (Santiago Alba, J. Chapaprieta…) rodado en el régimen de la Restauración. Su fracaso habría de tener consecuencias trágicas para la vida española en un corto espacio de tiempo.

Al inicio de la Guerra Civil, Lerroux tuvo una percepción común a muchos españoles del momento. Se trataba de un golpe militar que habría de dar paso a una situación política similar a la dictadura del general Primo de Rivera y que habría de concluir en la vuelta a una normalidad liberal. Le faltó la previsión de que el fracaso del golpe daría origen a un proceso revolucionario en la zona republicana y a la emergencia de fuerzas políticas antiliberales en la llamada zona nacional, la Falange y el carlismo. El golpe daría origen a una sangrienta guerra civil en que los vencedores seguirían el camino hacia una dictadura soberana en lugar de a una dictadura comisaria.

El libro de Roberto Villa presta la debida atención a los escándalos que apuntillaron al Partido Radical en los años finales de la República. El autor niega la existencia de un affaire Tayá y reduce el tema del estraperlo a un escándalo de calderilla. Lo cierto es que Lerroux también en el tema del dinero heredó mores muy establecidas en la vida de la Restauración. Su modo de hacer política era heredero de las prácticas de clientelismo del viejo régimen, un clientelismo siempre necesitado de dinero y de la administración de los recursos del poder. Con todo, esta debilidad de la política lerrouxista no alcanzaría nunca en los años treinta las cotas de inmoralidad que sus detractores a derecha e izquierda se apresuraron a denunciar.

En resumen, se trata de una biografía bien contada y construida, acaso excesivamente sucinta, sobre un personaje fundamental de la vida política de la II República, cuyo fracaso representa muy plásticamente el fracaso de la experiencia democrática de los años treinta.